Vintage.

 


                                  Nadie le había explicado que para llegar a ser vintage y estar nuevamente de moda antes había que pasar por el momento de la simple y cutre vejez, con sus achaques y manías, y ahora se siente estafado por la vida. Solo que la vida no tiene hojas de reclamación a disposición de nadie ni encargado a quien quejarse. Mientras, sigue yendo por ahí, por los bares de moda, por las terrazas más visitadas, por los restaurantes más recomendados, vestido con la ropa que llevaría un joven que quisiera parecer alguien de los sesenta. Pero a él, que ya no era joven ni llegaba aún a ser vintage, todos lo miraban como a un viejo tacaño y hortera que vestía la misma ropa que compró cuando estuvo de moda, cuarenta años atrás. Los años de la pubertad se le habían hecho interminables, pero estos, para pasar de viejo a vintage le resultaban eternos, pensó entre triste y resignado mientras pedía su Cinzano de siempre -con una rodajita de naranja y dos hielos, por favor- a un camarero que lo atendía con toda la burla del mundo en la mirada y una media sonrisa imposible de disimular.

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