Clarita y Sartre.

 


                           Yo una vez tuve una novia, un perro que se llamaba Sartre y hasta estuve a punto de ser funcionario pero nunca pude con la oposición, ¿sabe usted?, por eso estoy aquí. ¿Sartre? Sí, mucha gente se extrañaba también pero es que era un perro muy sabio y tranquilo que siempre te miraba como si estuviera meditando sobre las cosas que veía o que yo le decía. Porque Sartre entendía todo lo que le decía, de eso no le quepa duda, y te respondía con la mirada. Jamás vi una mirada así, ni en animal ni en humano. Mi Sartre: ¡cómo lo echo de menos! No se imagina lo solitaria y dura que llega a ser la vida sin un amigo como él. ¿Novia? Sí, ya le dije que tuve una formal: Clara, bueno, yo la llamaba Clarita, pero lo nuestro no cuajó. En realidad era imposible que cuajara, ¿sabe usted? Ella quería casarse con un funcionario y yo nunca pasé las oposiciones. ¿Y qué quiere qué le diga? Supongo que me despistaban tantos libros, tantos conceptos insulsos, tantas leyes... no sé. A mí lo que desde siempre lo que me ha gustado es ver cómo se mueven las estrellas cuando es noche cerrada, mirar pasar a la gente, andando como hormiguitas, de acá para allá y tratar de comprender por qué las cosas son como son. ¿Ve usted? Para eso Sartre era único. Nos sentábamos juntos en una ladera a la entrada de la ciudad y yo le iba contando mis ideas, no sé, lo que estuviera pensando en ese momento, y él me respondía con esa mirada profunda y llena de comprensión que a mí me llenaba de tranquilidad. Sartre tenía una sabiduría sobre la vida que ni yo ni usted, y perdón por ser así de sincero, jamás tendremos. Dígame, ¿Cómo iba a cambiar esa vida por la de un triste puesto de funcionario en algún triste y gris ministerio, esclavo de un horario de 8 a 3 y prisionero de la tristeza y la apatía el resto de mi vida por mucha seguridad económica que tuviera el empleo, como siempre decía Clarita? Por eso estoy aquí y yo sé que usted, doctor, me comprende, porque aunque no es Sartre ni tiene su mirada, es verdad que sonríe como él. Y eso me reconforta. Seguro que es usted un buen loquero. 

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