Los médicos no paraban de decírmelo: Rafita, cuídate. Mira que toda tu familia ha muerto por problemas cardiacos, no te dejes ir, tío. Y yo no me dejaba ir. Eso sí, dejé de comer carnes rojas, alimentos fritos, salados, grasos, dulces procesados, en fin, todo lo que hace la vida más agradable. Luego vinieron los paseos por el barrio después de comer. Después me lo tomé más en serio y empecé a correr distancias cortas. Bueno, igual lo de correr es algo pretencioso y aquello era más bien un trote borreguero pero al menos era algo, ¿no? Pero no para los médicos: Rafita, Rafita, que hay que cuidarse, hombre. Que ese corazón cualquier día nos da un susto. ¿O ya te has olvidado de que tus padres, tus abuelos y tu tío Fran murieron de infarto? Pero cómo coño iba a poder olvidarme, si a cada dos por tres me lo repetían machaconamente. Y yo ya no sabía qué más hacer. El tabaco hacía años que lo había dejado; ni una calada en una boda, de verdad. Del whiskey o el ron ya ni recuerdo del sabor. De hecho, no creo que hoy pudiera echarme una copa sin sentir arcadas. Pero ellos seguían con la misma cantinela: Rafa, o se cuida o infarto seguro. Hasta hoy.
Hoy encontré la solución definitiva a mi problema. A partir de hoy no volveré a escuchar la puñetera frase toca huevos. Ayer me dijeron que una de las causas en las que nadie cae y que más influyen en los problemas cardiacos eran las caries no cuidadas y de repente vi la luz: ¡A eso se referían los médicos tan cansinamente con lo de cuidarme! Pues bien, ya nunca más podrán decírmelo, pensé sonriendo mientras miraba el tarro de cristal donde había puesto todos los dientes que que me había arrancado con el alicate rojo. Elegí ese porque pensé que así la sangre se notaría mucho menos pero no, me equivoqué. Había mucha sangre, sangre por todos los lados y me dolía terriblemente la boca. Traté de mantener la sonrisa pese a que los labios, hinchados y magullados, la convertía en una mueca tétrica. Pero quería que los médicos que vendrían en la ambulancia supieran que, aunque me había costado, por fin los había entendido, que ya nunca más me tendría que preocupar por morir de un infarto. Yo seré el primero en la familia en morir desangrado y eso era una gran noticia porque hasta donde yo sabía aquello no era hereditario. En realidad, pensé mientras trataba de no desvanecerme para siempre, acababa de romper el maleficio familiar y mis herederos ya no tendrían que oír, una y otra vez, aquello de: amigo, cuídese, recuerde que todos sus familiares han muerto de infarto. No, yo no, yo no... Apenas pude murmurarle eso a los médicos que se bajaron corriendo de la ambulancia mientras trataba de esbozarles una sonrisa imposible. Espero que ellos no tarden tanto como yo en entender la clave del acertijo y se lo expliquen mejor a mis sobrinos, carajo,
No hay comentarios:
Publicar un comentario