La tienda estaba de camino hacia su lugar de trabajo y le resultaba imposible evitar pararse ante su escaparate cada mañana. El sol de primera hora cegaba al reverberar en el cristal recién limpio, pero él solo tenía ojos para el mocasín azul de piel de gamuza que se alzaba en su trípode. Siempre se decía lo mismo: ese zapato me iría como una segunda piel. Estoy seguro de que con él no me cansaría jamás de caminar. Y siempre tenía que hacer un gran esfuerzo para no entrar y probárselos. ¿A dónde vas tú con esos zapatos, totorota? ¿Es que no viste lo que costaban? Anda, tira para adelante, que encima llegarás tarde al trabajo. Y se alejaba de la tienda lentamente, sentado en su silla de ruedas de segundo culo, como solía decir. Además, trataba de razonar consigo mismo como cada día: ¿Para qué coño quiere zapatos alguien que, como tú, ya no tiene piernas? Aun sabiendo que mañana se volvería a parar delante del escaparate para mirar todavía con más deseo esos zapatos de gamuza azul.
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