Cuando me vaya.

 

 


                    La tarde que me vaya, amor, porque sé que será una tarde, a esa hora bruja en la que ya no es de día pero la noche aún no ha llegado, a esa en la que los enamorados se miran a los ojos y ven luces brillantes, como si en vez de una pupila mirasen una guirnalda en Navidad. La tarde que me vaya, te decía, me iré sin haberte dicho tanto como quisiera todo lo que te he amado, sin haberte dado esos millones de besos que nos prometimos cuando paseábamos cualquier tarde por la playa, siempre a esa hora bruja, casi mágica. Me iré triste por todo lo que creí poder hacer y jamás intenté; el miedo es el mayor de los frenos, amor. Me iré sin saber si voy o vengo, si quiero ir o quiero venir, si debo ir o debo venir, si... Pero también me iré con el sabor de tu piel en mis labios. Jamás probé nada que me endulzara más la vida. Me iré con ese dolor de tripa que siempre me daba cuando nos reíamos juntos a carcajadas. Al menos antes lo hacíamos, ¿te acuerdas, amor? Me iré, pero sabiendo que esta vez, al menos por esta vez, aposté al rojo y salió el rojo. Y ya no quise jugar más. No es inteligente tentar de nuevo a la suerte cuando esta ya te sonrió. A mí me enseñaron que cuando por fin encuentras a tu amor, el siguiente amor, como el último euro en la bolsa, que lo disfrute otro. Por eso, cuando cae la tarde pero aún no ha llegado la noche, amor, ves en mis ojos ese velo de tristeza que trato de disimular con el cansancio del día, las horas de lectura, la edad -ya sabes- y esta miopía creciente, como la luna que ya asoma por detrás de aquel monte frente a casa y que siempre observo ensimismado, amor. Sí, me iré una tarde a la hora bruja. Pero no será hoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Relatos más populares