Cosas de abuelas.

 


             Todo empezó con una mentira. ¿Pero acaso toda historia de amor que se precie no empieza siempre con alguna mentira? Pues la nuestra no iba a ser diferente. Mi abuela Carmencita decía que las mentiras tenían las patitas cortas; las del amor también. Mi abuela Lola, sin embargo, nunca decía nada porque nunca se metía en nada. Carmencita siempre tenía razón. Yo creí que nunca podría olvidarte, que jamás podría olvidar ese tacto cálido, electrizante, de tus manos recorriendo mi piel erizada, que seguiría temblando ante la sola idea de sentir tus labios rozando los míos, de notar tu lengua abriéndose paso entre mis dientes que se rendían sin presentar batalla, o ante el recuerdo de nuestros cuerpos encajados perfectamente, como si fuéramos dos piezas de un puzzle sexual único y a la vez siempre cambiante. ¡Qué mentira más grande! Hoy te vi en la cola de la caja de al lado en el súper. Siempre creí que cuando volviera a verte volvería a sentir ese vuelco en las tripas pero me di cuenta de que solo eras una sombra en medio de otras sombras anónimas de mis recuerdos, apenas un fantasma entre otros que de vez en cuando vendrían a recordarme que una vez estuve vivo y palpité. Vaya cosa, por Dios. ¡Hay que ver a dónde nos llevan las mentiras, abuela Carmencita! Tú nunca te equivocabas.

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