Loco.

 




                     Estoy loco. Loco de angustia, de miedo, de ansiedad, de frustración. Loco de ira y de desesperación. Mi psiquiatra dice que no, que no estoy loco, que loco es un término demasiado mal usado, que en realidad lo que tengo es un tipo de estrés postraumático y que este, en vez de disminuir, aumenta y aumenta porque yo me niego a hacer el duelo. Yo. Otra vez yo. Otra cosa que también es culpa mía. Por las noches, cuando cierro los ojos para tratar de que el pastelón de pastillas que tomo -pero no estoy loco, eh- haga efecto y el sueño venza al llanto oigo una y otra vez el ruido incesante del timbre de la puerta de mi casa pulsado por el oficial del juzgado y los puñetazos en la puerta de los policías que los acompañaban conminándome a que abriera por las buenas para que ellos pudieran ejecutar el lanzamiento -¡qué término más humillante!- y entregar la posesión al procurador del banco. Abrí, claro que abrí. Abrí y vi no solo al oficial del juzgado, a los policías, al procurador, al cerrajero y a la puta madre que los parió sino que pude ver también las cabezas de mis vecinos protegidas detrás de sus puertas apenas abiertas para no perderse el show y que bajaban la mirada a mi paso. Por supesto que me fui. Días antes desalojé mis pertenencias más personales: ropa, fotos, algunos libros y poco más. Los muebles y demás lo dejé allí. Si no tengo casa, para qué coño quiero muebles o electrodomésticos. Y así noche tras noche. Ya ni sé cuándo fue la última vez que dormí una hora seguida.

                              Estoy loco, sí, pero soy un loco con un objetivo que de alguna razón a tanto absurdo en mi vida. Me volví a ajustar el nudo de la corbata y comprobé que mi manicura fuera decente. En ello estaba cuando el director de la oficina de la entidad que un par de años atrás se quedaron con mi casa por el resto de una hipoteca que pagué religiosamente durante diez de los quince años contratados me dijo que pasara. Ya no era el mismo director, este era un chaval que parecía recién salido de la facultad, con tropecientos másteres y cursos de especialización y ninguna experiencia en la vida fuera de esa pecera que era su despacho. En el fondo agradecí que la puta pandemia esta nos obligara a llevar mascarillas y a usar continuamente este hidroalcohol, así este pavo no notará el olor a gasolina hasta que sea demasiado tarde y se quede helado -qué ironía , ¿no?- al verme arder como una antorcha en su impoluto despacho. Estaba loco. Eso le dirá el forense a la policía y esta al juez. Le echarán la culpa a la pandemia o a cualquier cosa menos al verdadero culpable, aunque este, cuando meta mis datos en su super ordenador la sabrá pero, claro, sería muy mala política publicar que un excliente lanzado de su casa se inmoló en una oficina de esta entidad. No, seguro que lo que pasa es que el pobre hombre, vaya usted a saber por qué, estaba loco.

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