Cuestión de suerte.

 


                                 La suerte se gasta como se gastan las suelas de los zapatos, el saldo de las tarjetas de crédito o los bajos de los pantalones vaqueros si los llevas muy cerca del suelo. solo que por entonces yo no lo sabía. Por entonces creía que la suerte iba a jugar siempre en mi bando y que, además, era como la gracia divina: inagotable. Joder, cómo me equivoqué. Pero para cuando me di cuenta de que eso era así ya era demasiado tarde para mí y todo a mi alrededor se había sumido en un caos imposible de abarcar que, por narices, me llevó a ese pozo de tristeza del que nadie pudo nunca antes escapar. No, no: yo tampoco. La suerte, esa puta mal parida y desagradecida, me abandonó y todavía hoy, tanto tiempo después,  ni sé por qué ni ya me importa. Solo sé que una mañana me levanté y mientras me preparaba mi tazón de leche con gofio, revisaba los exámenes de la semana y ojeaba nuevamente las notas de las clases del día supe, de alguna manera que jamás podré explicar, que ya nada sería igual para mí, que a partir de ese momento tendría que aprender a lidiar con la vida sin la ayuda de la suerte, que poco a poco  dejaría  de ser para mis alumnos don Paulino el enrollado para pasar a ser, también poco a poco, Paulino Nosferatu. Eso sí, hasta para poner motes eran rebuscados los cabrones. Dejé de ser el tipo divertido en el claustro de profesores, el que amenizaba esas tediosas reuniones para ser el que las saboteaba oponiéndome  a casi todo, Sí, en eso me convirtió la suerte al irse de la mano con ella. Porque las dos, la suerte y Maca, desaparecieron de mi vida el mismo día. A Maca la recuerdo a veces. Sobre todo cuando veo a parejas de nuestra edad ir de la mano en El Corte Inglés o a cenar por ahí. Pero a la suerte la echo de menos cada segundo de mi vida y a veces me sorprendo parado en una esquina o en otra intentando recordar si fue allí dónde se me gastó,  mirando envidioso a quién aún disfruta de ella como el desperrado mira entre envidioso y malicioso al que paga con tarjeta de crédito mientras él ha de usar efectivo. Al menos yo me consuelo pensando que a ellos también se les acabará la suerte cualquier día, así, sin darse cuenta. Como el que una mañana, al vestirse, se da cuenta de que las suelas de sus zapatos preferidos están tan gastadas por el uso que ya tienen hasta un agujero tremendo. ¡Que se jodan!

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