No podía evitar que los ojos le brillaran de orgullo cada vez que veía los anaqueles del salón repletos con cientos de libros de cocina y coctelería. Los colores de sus lomos, vivos, brillantes, como una provocación a abrirlos y devorar su contenido creaban, unos al lado de los otros, una hermosa obra de arte de la que le era casi imposible apartar la mirada. Estaba seguro de que poca gente disponía de una colección tan extensa y especializada del arte culinario, de que muy pocos conocía como él el secreto de las más sabrosas y elaboradas recetas o de los cócteles más complejos, sublimes y vistosos. Sin duda era un gran especialista en la materia y pocos, muy pocos en esta ciudad de mierda alcanzan mi nivel, pensaba mientras terminaba de preparar su cena: una lata de sardinillas al limón en un pan, ya algo duro, pero que con un buen vaso de agua y el hambre que llevaba, bajaría sin problema. Mañana tenía que pasar por la librería porque le habían llamado para decirle que Pepe Orts, el famoso mixólogo, había sacado un libro de coctelería creativa. Eso no se lo podía perder si quería seguir pasando por ser el más al día en el mundo de la alta restauración, pensó suspirando al tiempo que recogía las migas de su escasa cena y calculaba cuánto le quedaría para comer después de añadir el libro de Orts a su colección y hasta que volviera a cobrar los cuatrocientos veinte euros de la renta activa de inserción para mayores de cincuenta y cinco años.
¡Qué gustazo leer! El final un buen golpe
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