El Gentleman.



                       Claro que sabes lo que tienes que hacer y, por supuesto, sabes lo que esperan que hagas. Y sabes también que todos están observando tus acciones y reacciones, pero, qué hay de nuevo en ello. Sí, desde luego, sabes lo que se espera de ti; siempre has sido de los mejores. Venga, límpiate la cara. Nadie debe notar que lloraste. Los tipos como tú no lloran, ¿lo has olvidado? Ahora practica durante un rato antes de salir esa sonrisa de medio lado que te hace parecer un poco canalla y que hoy tiene que esconder, mejor que nunca, las ganas que tienes de morderte los labios, Nadie, nadie, debe notar absolutamente nada. Fuiste entrenado para eso, para ser casi un perfecto gentleman -porque el gentleman perfecto, como aprendiste con el tiempo, solo es un mito-, y un verdadero gentleman nunca jamás muestra dolor y solo demuestra amor en la intimidad. Hora de salir de esta ratonera. Compruebas si el chaleco antibalas se ajusta bien al pecho. Aunque ya es algo tarde y notas cómo la sangre, cálida, espesa, va empapando el algodón egipcio de tu camisa. Pero tú no mueves un solo músculo de la cara y aprietas más y más fuerte las cinchas del chaleco. Así: que duela. Solo se puede notar un dolor cada vez: el más fuerte de todos. Aprietas más aún. Ya no sabes si te cuesta respirar por lo apretado que lo llevas, por el dolor que te produce en la herida o por la sangre que sigue saliendo de ella. Lo que sabes es que pronto dejarás de sentir ningún dolor y al menos habrás muerto como te enseñaron: como un auténtico gentleman.

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