Ya solo recordaba el rostro de su madre muy vagamente. Recordaba perfectamente, su voz, la tersura de su piel y hasta la forma tan armoniosa en la que movía las manos al hacer la comida, pero su rostro se había ido desdibujando en su memoria hasta convertirse apenas en una sombra ligeramente familiar. Cada mañana hacía el esfuerzo de recordarla pero cada día le resultaba más difícil que el anterior. Temía el día en el que ya no pudiera verlo aunque fuera como hasta ahora, como una sombra entre otras sombras, porque ese sería el día en el que su madre moriría para siempre y él, y solo él, sería el culpable. Porque los muertos solo mueren de verdad y para siempre cuando ya no habitan ni en nuestros recuerdos.
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La CULPA, la culpa siempre suele ser del muerto. Del muerto, si, porque aún estando vivo muere el culpable y el que culpa por no asumir la responsabilidad, ésta, la responsabilidad, es la que da testimonio de vida, al menos, de vitalidad, la necesaria para corregir o minimizar el daño inflijido. Luego está la memoria, esa amigo mío, esa suele ser algo novelesca, dramática, divertida y en tantas ocasiones poco comprometida. Tus textos admirado amigo, ofrecen mucha cuerda.
ResponderEliminarFuerte ese final, Jesús. Quizás por eso nos cuesta tanto desprendernos de algunos recuerdos, son los que nos anudan a las personas. Si supieras qué tengo yo de mi abuela... ¡¡una liga!! Ya sabes que ellas siempre iban con medias... Me has hecho recordarla. ¡Gracias por ese regalo!
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