Cuando mi padre compró la casa la foto de la entrada ya estaba allí. Mi padre la compró tal como la tenía el antiguo propietario y esa fue la única foto de todas las que había que quiso conservar. Mis hermanos y yo crecimos viéndola cada vez que entrábamos o salíamos de casa al colegio, luego a la universidad y, por último, al trabajo. De tanto verla ya ni la mirábamos. Era la fotografía de una playa en invierno. Junto a una barca tumbada en la arena, una pareja, abrazados y abrigados, miraba sonriendo hacia el objetivo de la cámara. Era una foto sencilla, en blanco y negro, sin nada especial que destacara en ella pero a mi padre, por alguna extraña razón, le gustó tanto que la mantuvo siempre allí. Hace una semana enterramos a mi padre. Primero murió mi madre pero el viejo aguantó casi diez años más. Hoy, al abrir el testamento y después de hablarlo entre todos los herederos, decidimos poner en venta la casa. Sin duda cuando mi padre la compró en su momento era una casa moderna en un barrio agradable pero, cuarenta años después, la casa y el barrio habían sufrido el paso del tiempo de una manera demasiado cruel. Además, todos teníamos nuestras propias viviendas y nadie quería hacerse cargo de las reformas que necesitaba aquella. Me tocó a mí ir a poner el cartel de "SE VENDE" y a revisar que todo estuviera en orden. Tal vez por eso, después de tantos años pasando a su lado sin mirarla, hoy he vuelto a fijarme en la foto de la entrada. Fue un flechazo: no pude evitarlo y me la llevé. Y aquí estamos ahora, ella encima de la repisa y yo sentado en mi butacón, mirándonos en silencio. A mis hijos les he dicho que es la foto de unos tíos míos que murieron en viaje de novios en la Rivera Maya. Es mentira, lo sé. Pero después de tantos años en la entrada de casa pensé que se merecía algo más que un burdo no sé ante las preguntas sobre ellos. Mi mujer está como loca con la foto. Anda diciendo que ahora entiende que nunca me hubiera encontrado parecido con mis padres y que era clavadito a mi tío Ramón. Así bauticé al señor de la foto. Tanto insiste que hasta yo le estoy empezando a encontrar cierto parecido a mi hijo Alberto con él. Dicen que después de convivir durante muchos años los perros y sus dueños acaban pareciéndose. Estoy convencido de que las fotos anónimas y los habitantes de las casas donde están, también. ¿No opinas lo mismo, tío Ramón?
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